Ese fuego, el mismo que destruye y arrasa a su paso desde el interior al todo. Ese mismo fuego. Que cuando logramos adormecerlo en nuestras manos, nos da calor, nos alimenta el cuerpo y el alma.
Ese mismo fuego. El que construye, purifica, ilumina. Ese mismo fuego. Ojalá que siempre podamos susurrar a su oído.